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«¿Y si hacemos como los rumanos?», Por Trudy Mercadal marzo 26, 2024

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«¿Y si hacemos como los rumanos?»

Por Trudy Mercadal

          «Al caer el comunismo en Rumania, se cerraron más de la mitad de las bibliotecas públicas y las que existen, no han adquirido libros nuevos               en 25 años. Muchos niños rumanos carecen hoy de acceso a literatura              contemporánea» (Paula Erizanu, periodista cultural).

Hace unas semanas, salió en algún medio internacional que el Instituto de Estadística de Rumania publicó en 2019 una encuesta que evidenciaba que 60 % de los rumanos no han leído un libro en el pasado año y que, además, solo 6 % había comprado un libro ese año.

El estudio comparaba a la sociedad rumana con otros países europeos, incluyendo Francia, en donde 73 % de la población había leído cuando menos un libro el pasado año; el Reino Unido, con 80 % (por si les interesa, el país que más lee es Estonia). En Hungría, sus vecinos, se publican más del doble de novelas que en Rumania, con mucho menos de la mitad de la población. Así, el estudio se preguntaba angustiado, ¿por qué los rumanos no leemos más?

Por razones a estas alturas muy obvias, el tema me parece superrelevante para pensarnos en Guatemala: por ejemplo, según los expertos, una razón principal por la que los rumanos leen mucho menos que sus vecinos europeos, es porque el pénsum de secundaria está obsoleto.

Resulta que, en Rumania, hay 16 autores nacionales en el pénsum de bachillerato. Todos están muertos hace mucho, y todos son varones y blancos (entendiéndose blanco no solo como etnia sino también como clase). El último de estos autores falleció ya viejo en 1995. Esto ha causado que la juventud rumana, en particular de áreas rurales, ignore que hay autores rumanos vivos.

En gran parte ─aunque el estudio omite este hecho─ también tiene que ver que durante las décadas en las que el sistema político en Rumania fue comunista, abundaban las bibliotecas públicas y las niñas, los niños y los jóvenes leían mucho más, pues, es innegable que los gobiernos socialistas siempre enfatizan la educación pública y desarrollo de la cultura sobre las crudas dinámicas del mercado.

Volviendo al caso rumano, para cambiar esta percepción sobre la literatura nacional, el Gobierno decidió crear una serie de festivales literarios patrocinados por el Estado (¡Ay! ¡Qué diéramos!), con diversos enfoques, como literatura en traducción, nuevas voces literarias, textos educativos, literatura internacional, e invirtiendo en llevar a autores de fama internacional a compartir mesa con autores nacionales.

La idea, además, es cambiar la imagen de la literatura y lectura como algo para las élites, en algo que sea atractivo para las juventudes rumanas.

También, organizaron visitas de autores a escuelas y competencias juveniles de literatura, inspirados por un estudio publicado en Islandia, en el que muchos/as jóvenes islandeses expresaron que comenzaron a leer libros solamente tras conocer a autores que visitaron sus escuelas. Una iniciativa similar en Rumania aumentó notablemente el saldo de ventas de libros en un pueblo universitario.

En áreas más rurales, pequeñas y menos desarrolladas, se iniciaron noches de música y poesía, y eventos similares, que han atraído grupos más numerosos que nunca (aunque se creía que la población rural no estaría interesada en semejantes cosas).

Si consideramos el caso de Rumania como una especie de espejo, quedan claras las similitudes (y diferencias, claro), entre estas, el pénsum literario desfasado para secundaria (¿en serio aún hay que leer La hija del adelantado a puro tubo?), la falta de acceso de la niñez y juventud a bibliotecas públicas, el nulo apoyo y promoción a autores contemporáneos nacionales, la necedad de pretender que todo sea «monetizable» y un largo etcétera de todos conocido.

En Guatemala, estos esfuerzos de promover la lectura y literatura se le dejan como «optativos» a la iniciativa privada, a organizaciones de libreros o, con mayor frecuencia, a personas que (sin duda tachadas de «comunistas» como si esto fuera insulto, además), frustradas, deciden poner manos a la masa y transformar el mundo a su alrededor inmediato. Comparto dos ejemplos:

Hace unos años, Jessie Álvarez, profesor y director de estudios de idioma español en un colegio privado, frustrado de la falta de opciones para sus estudiantes, se dio a la épica tarea ‒fue un verdadero laburo de hormiga‒ de recopilar escritos de autores/as contemporáneas de Guatemala y buscar asiduamente los permisos, gestionar los fondos y demás, para producir un texto escolar más representativo de la época e intereses de sus estudiantes: Poetizar. Antología de poesía guatemalteca (2018) que, luego, ante el éxito obtenido, dio lugar a Intertextual. Cuentos para [re]conocer Guatemala (2019).

Además, Álvarez invita a autores a hablarles y, desde hace varias cohortes, les estudiantes publican una revista literaria de su iniciativa.

Otro esfuerzo digno de resaltar es la labor de Brenda Itzé Lemus Gordillo, quien con el lema de «la lectura transforma vidas», fundó en la lejana y empobrecida región de Purulhá, la genial biblioteca Bernardo Lemus Mendoza (¡busquen la página en Facebook!).

Esta ha sido, con los años, un gran éxito ─incluso campesinos de baja escolaridad llegan a hojear revistas─ y se ha diversificado en una serie de programas educativos y culturales para el pueblo y comunidades alrededor, con el apoyo de estos. Es importante recalcar que ha sido un esfuerzo titánico.

Entonces, no es realmente que la gente no desee leer. Mas si cortan el acceso a libros y a formación lectora, no se creará ese hábito ni tendrán la capacidad lectora para comprender textos más complejos que alguna propaganda política simplista.

Sin embargo, estos no son asuntos que se deben dejar a esfuerzos individuales, sean de «responsabilidad empresarial» ─lo que les da «permiso» a esas empresas para hacer desmanes por otro lado─ o a la labor solidaria de algunas personas que se abocan a transformar su ámbito, aunque sin dudas estas son semillas valiosas.

Para lograr cambios realmente transformadores y de fondo, debe formarse un movimiento radical ─es decir, de raíz─ revolucionario, en el que la formación educativa y cultural de los pueblos sea lo que prime ─una política para la vida y el bien común─ y eso tiene que venir del Estado, entendiendo al Estado como ente servidor del pueblo y para el pueblo.

En Guatemala podemos comenzar a movernos en esa dirección. De lo contrario, seguiremos estancados a merced de intereses que no son los nuestros. Y yo les pregunto, amigos, amigas, amigues, ¿hasta cuándo?


Fotografía principal por Joe Ciciarelli, tomada de Unsplash.

Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.

Tres pies al gato

Correo: info@trudymercadal.com

 

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