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“Los niños Barreda Siekavizza*: la tragedia del autismo social” noviembre 18, 2013

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2013:  Trabajar en favor de la humanidad

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Los niños finalmente fueron localizados en México y repatriados a Guatemala el pasado 12 de noviembre (2013)

Los niños finalmente fueron localizados en México y repatriados a Guatemala el pasado 12 de noviembre (2013)

“Los niños Barreda Siekavizza*: la tragedia del autismo social”

 

En sociedades altamente fragmentadas, los Estados funcionan igualmente de manera fragmentada. O dicho de forma más precisa: Estados fragmentados funcionan de manera fragmentada.

Para el caso guatemalteco, es mucho más preciso decir que el Estado, además de  “fragmentado”, es “bipolar”. En otros términos, funciona a dos niveles (con sus respectivas velocidades); es, por una parte, totalmente ineficiente e inefectivo para los intereses y necesidades de los grandes segmentos poblacionales. Por el otro extremo de la bipolaridad, es un Estado totalmente eficiente y efectivo para los intereses y necesidades de una minoría elitaria, precisamente, para la élite que lo domina e instrumentaliza desde hace mucho tiempo.

Bajo estas peculiares condiciones socio-políticas, tal tipo de Estado no puede generar otra cosa más que sociedades enfermas, sociedades con “autismo”.

Una sociedad con “autismo” está casi congénitamente incapacitada para la comunicación (para la “transferencia” como diría un psicoanalista). Una sociedad así enferma presenta graves dificultades para ventilar de manera fluida los síntomas que le aprisionan. Sus componentes (estamentos, instituciones, grupos sociales, núcleos familiares e individuos particulares), parecen vivir en burbujas, en islotes o compartimentos estancos.

No es solo el jugar al “teléfono descompuesto”. Es un juego macabro donde nadie oye, ve, sabe ni dice nada.

Lo más grave de esta incomunicación se padece a nivel de las instituciones de Estado, en particular, de las instituciones encargadas de velar por los derechos de los seres más vulnerables entre los vulnerables; las niñas y niños.

Así, de esa manera y en tales condiciones, el autismo social se transforma en autismo institucional. Y entonces ninguna de las instituciones que velan por el bienestar de los pequeños (o que por ley deberían hacerlo), sabe a ciencia cierta qué y cuántos expedientes duermen (o se pierden) entre las empolvadas gavetas de los escritorios de sus oficinas.

Los jueces de familia ni tienen idea (ni pareciera importarles mucho el llegar a tenerla), de qué es lo que sucede con la vida de los pequeños seres cuyos nombres aparecen en sus expedientes, mientras dura la larga agonía de espera de resolución de sus casos.

Nadie sabe qué es de la vida de esos centenares (o miles) de niñas y niños que esperan la resolución de un juez de familia. ¿Viven o mal viven? ¿Siguen siendo maltratados física, psicológica o emocionalmente?

Las instituciones sociales, las escuelas, las universidades, las organizaciones de diversa índole, los grupos familiares (de apellido deslumbrante o de raigambre común y silvestre), todos estos núcleos humanos y sus instancias de socialización ignoran quiénes y cuántos de sus componentes y miembros (as), pisotean a diario y en silencio los derechos de niñas y niños, muchos de ellos sus propios hijos e hijas.

Porque tragedias como la que ha victimizado a los niños Barreda Siekavizza no se forjan de un día para otro. Si se engendran, crecen y desarrollan sin que nadie se dé por enterado es solo gracias al autismo social, a la profunda y asfixiante incomunicación existente entre los miembros de las sociedades que lo padecen.

Karl Marx, citado por Igor Caruso (1), decía que “había que educar a los educadores…”, lo cual equivale a decir, reeducar a los padres de familia, a profesores y profesoras de todo nivel escolar (del pre-escolar a la universidad), a los jueces de familia (hombres y mujeres), a funcionarios públicos de todo nivel.

El mismo autor citado líneas arriba decía: (…) “Es posible la curación o al menos la mejoría y el enriquecimiento anímico de la persona psíquicamente perturbada allí donde todavía puede salvarse un germen de capacidad transferencial” (2).

Traspolado a lo que aquí nos ocupa, lo dicho por Igor equivaldría a decir que es posible la curación (o al menos la mejora) de sociedades enfermas a partir de cierta predisposición mínima a la comunicación, pero no a esa “comunicación” como mera extensión de los automatismos rutinarios de seres cuasi-robotizados que no abordan más que lo superficial (que oyen pero no escuchan), sino “comunicación” tal y como la entendía Paulo Freire, es decir, como empatía, como interés genuino por el otro y los otros (3).

Y para terminar, volviendo a lo de la educación (o reeducación citada por Igor), él mismo se preguntaba y se respondía: “¿Y de dónde habrá de salir esta educación sino del mismo reservorio ponzoñoso? (4)

Estas son las instituciones que tenemos. No hay otras. No hay de otra. Sí con ellas tenemos que trabajar, entonces debemos presionarlas, sacudirlas, incidir en ellas. Obligarlas a que trabajen sobre su mandato y sobre sí mismas.

La urgencia de volver a reunirnos con nuestras pequeñas hijas e hijos así lo demanda.

Notas empleadas:

  1. “Narcisismo y socialización”: Igor Caruso. Editorial Siglo XXI, México, 1987, p. 70.
  2. Ibíd., p. 76.
  3. “Extensión o comunicación”: Paulo Freire.
  4. I Caruso, Op cit, p. 70.

Sergio Barrios Escalante.

Responsable del sitio “convivencia alterna” y coordinador de la asociación para el Desarrollo Integral de la Niñez y Adolescencia (ADINA).

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